La psicología de las protestas ciudadanas gira en torno a los fenómenos de habituación, conciencia compartida y masa crítica.
Al principio, el equilibrio de fuerzas en una confrontación está tan sesgado que uno tiene que estar un poco loco para siquiera para emprender la lucha. Cuando uno se enfrenta, por primera vez, a una línea compacta de hombre jóvenes, con cascos espaciales, cara de pocos amigos, y con sus porras de un metro de largo y sus escudos de Las guerras de la galaxia, con los perros de ataque que gruñen enseñando los dientes al tiempo que tiran de sus correas, o con la boca de un cañón de agua, uno desea con todas sus fuerzas estar en otra parte. Cuando ocurre por quinta vez, y uno sigue ahí, y sigue siendo la misma persona, acaso con alguna contusión en su haber, uno empieza a pensar que es capaz de soportarlo. Puede que incluso uno tenga la sensación de algo emocionante, por insensato que parezca. Cuando tu instinto te está diciendo que salgas corriendo para salvar la vida, pero las personas que tienes a tu alrededor, entre las que probablemente hay amigos tuyos, no huyen, tus piernas tampoco se mueven. Poco a poco, uno va sacando valor y ánimo para corear consignas en grupo de las miradas que cruza con los demás, del roce de su hombro con el de la persona que tiene al lado. Siempre hay alguien por delante de ti que asume un riesgo aún mayor, y que es más valiente y está más loco que tú. Y por eso te quedas. En Checoslovaquia, entre 1988 y 1989, la cifra de manifestantes que corrieron el riesgo de que les dieran un porrazo en la cabeza o de ser derribados sobre la acera por un cañón de agua se mantuvo más o menos estable entre cinco mil y diez mil personas. A lo largo de aquel año, distintos periodistas occidentales desarrollaron métodos bastante sofisticados de contar cabezas en el rectángulo uniforme de la plaza de Wenceslao, que tiene unas dimensiones aproximadas de 700 por 600 metros. Por las noches, cuando los periodistas comparaban sus notas mientras se tomaban una copa, no parecía que las cifras variaran demasiado. Pero por debajo del impasse, la frustración acumulada, la ira y el deseo de cambio no paraban de aumentar. Ya sólo era cuestión de tiempo.*
*Testimino de Michael Žantovský, extraido de Havel, una vida. Ed. Galaxia Gutemberg. 2016. (Pág.: 214-215).
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