Sobre el arte de los jardines
(...)
En ese momento, al principio de la primavera, los jardineros, como hemos dicho, se ven irresistiblemente atraídos a sus jardines; apenas dejan la cuchara, ya los tenemos en medio de sus arriates, dirigiendo sus traseros hacia el sublime firmamento; aquí aplastan entre sus dedos un puñado de tierra, allá cavan la tierra para poner más cerca de alguna raíz un precioso trozo de viejo estiércol picado; aquí arrancan hierbajos, allá quitan una piedra; ahora rastrillan el suelo alrededor de las freseras y dentro de un minuto se inclinarán sobre unos plantones de ensalada, con la nariz pegada al suelo y haciendo cosquillas amorosamente a un débil manojo de raicillas. En esta postura gozan de la primavera, mientras por encima de ellos el sol describe su revolución gloriosa, mientras navegan las nubes y los pájaros del cielo se abandonan al amor. (...)
Pero hay un momento en que el jardinero se incorpora en toda su altura: es la hora, cuando procede en su jardín a la ceremonia del riego. En aquel momento permanece de pie y, casi sublime, dirige el chorro de agua que sale de la punta de la manga de riego: el agua susurra al caer como una ducha plateada y sonora. De la tierra asciende un perfume de humedad; las hojas adquieren un color de un verde agresivo y brillan como una alegría tan apetitosa que uno se las comería. "Bueno, ya es suficiente", murmura el jardinero con aire de felicidad; y al decirlo no piensa en el cerezo que revienta de botones ni el grosellero púrpura: piensa en la tierra gris.
Abril
Abril es el verdadero mes bendito del jardinero. Que los enamorados vayan al bosque a magnificar el mes de mayo; en mayo, los árboles y las plantas no hacen más que florecer, mientras que en abril crecen. Sabed que esta germinación y esta brotadura, estos botones, estas yemas y estos gérmenes son la mayor maravilla de la naturaleza, y no voy a revelaros ni una palabra más sobre ello; agachaos vosotros mismos y hundid el dedo en la tierra blanda, reteniendo el aliento, pues vuestro dedo toca un germen frágil y lleno de promesas. Esto no se puede describir, igual que un beso y que un pequeño número de otras cosas. (...).
Abril no es sólo el mes de la germinación, es también el mes de las plantaciones. Con entusiasmo, con un entusiasmo furioso e impaciente, habéis encargado a los jardineros unos plantones a todos vuestros amigos jardineros que iréis a su casa a buscar esquejes; nunca tenéis suficientes. Y así es como un buen día os encontráis que tenéis en casa unos ciento setenta plantones, que piden ser enterrados. En ese momento miráis a vuestro alrededor en vuestro jardín y adquirís la desoladora certeza de que no tenéis suficiente espacio para colocarlos.
Así, pues, el jardinero, en abril, es un hombre que, con un plantón medio seco en la mano, da veinte veces la vuelta a su jardín para buscar un rincón de tierra en el que todavía no haya nada plantado. "No, aquí no va bien -gruñe en voz baja-, aquí es donde he puesto esos diantres de crisantemos; allí me ahogaría el flox. Y allá hay también alguna planta, mal rayo la parta. Mmm, aquí crecen unas campánulas, y allá tampoco hay sitio -¿dónde lo voy a meter?-. Ah, a ver aquí -no, ya está el acónito-; o bien allí -también hay algo-. Aquí hay un lugar que sería bueno, pero está lleno de tradescantias, y allá -¿qué es lo que crece allá? Me gustaría saberlo-. Ah, aquí hay un poco de espacio; espera, esquejito, te voy a hacer la cama. Allí, ves; y ahora adiós; crece tanto como puedas".
La fiesta (1ro. de mayo)
...Pero no es la fiesta del trabajo lo que yo quiero celebrar, es la de la propiedad privada; y si no llueve la celebraré agachado en mi jardín, mascullando:"Espera, voy a darte un poco más de turba y te cortaré este brote; querrías hundirte más en la tierra, ¿verdad?" Y la planta dirá que sí y yo la hundiré más profundamente en la tierra. Pues esta tierra está regada con mi sudor y mi sangre, y ello en el sentido propio de la palabra, pues cuando se corta una rama o un brote es casi fatal que uno se corte el dedo, el cual, a su vez, no es otra cosa que un brote o un ramo. Todo aquel que tiene un jardín se convierte ineluctiblemente en un defensor de la propiedad privada; y entonces no es un rosal lo que crece en ese jardín, sino su rosal. El hombre que es propietario toma conciencia de cierta solidaridad que le liga a su prójimo, por ejemplo en lo que respecta al tiempo; se pone a decir: "Necesitaríamos una buena lluvia" o "hemos quedado bien mojados".
Nota: Los fragmentos seleccionados has sido extraídos de la edición de El año del jardinero, publicada por Ed. El barquero, 2009, traducida por Esteve Serra.