El 24 agosto, día del natalicio de Jorge Luis Borges, se celebra en la Argentina el día del lector. La elección del día a celebrar es sumamente propicia teniendo en cuenta que, para Borges, el acto fundamental del ejercicio literario nunca fue la escritura, sino el leer.
En repetidas ocasiones a lo largo de su vida Borges se encargó de dejar en claro que no podía estar seguro de ser un buen escritor, pero sí de ser un buen lector, o, al menos, un agradecido y feliz lector. Para él, toda escritura literaria no era otra cosa más que el resultado de lo que se ha leído. Es sus últimos días, afirmaba no saber si podía sentirse orgulloso de lo que había escrito, pero sí de los libros que había leído.
La lectura, para Borges, era sinónimo de placer, distracción y juego, y, contrario a cualquier tipo de lectura obligatoria, repetía una y otra vez que nunca había que leer por obligación, ni continuar con aquellos libros que no nos hicieran felices. Proponía, bien por el contrario, que, si un libro nos aburría, entonces que lo dejáramos. A la espera de que ese título sea digno de nosotros, y nosotros seamos, a su vez, dignos de ese libro. Pero que, entre tanto, que no había porqué andar apresurando las cosas.
Al momento de pensar las relaciones entre Borges y la literatura checa es fácil comenzar por los vínculos más claros que han unido a Borges con Praga (capital literaria de Bohemia). Por un lado, su admiración por Kafka, sobre quien ha escrito más de una vez (por ejemplo, los prólogos a La metamorfosis y a América, ambos títulos incluidos en su colección “Biblioteca personal”, o el célebre ensayo “Kafka y sus precursores”). Por el otro, su admiración juvenil por El golem de Gustav Meyrink, que lo llevó, no solo a escribir más tarde su poema de título homónimo, sino, también, a enviarle una carta al mismísimo Meyrink que, según Borges, el autor alemán llegó a responder. El valor literario de Meyrink para Borges no se limitaba a su novela más famosa (a la que incluyó en su colección “Biblioteca personal”) y por eso fue que, en otra de las colecciones dirigidas por él, “La biblioteca de babel” (de Ediciones Ciruela), incluyó también una selección de cuentos de Meyrink, publicada bajo el título del relato El cardenal Napellus. Además del cuento que da nombre al volumen, las otras dos narraciones que el libro contiene son “J.H. Obereit visita el país de los devoradores de tiempo” y “Los cuatro hermanos de la luna. Un documento”.
Ha sido en torno a estas dos grandes conexiones (la de Kafka y la de Meyrink) que en las últimas décadas se han llevado adelante distintas actividades que, con la literatura como eje principal, se proponían unir a las ciudades de Praga y Buenos Aires. El Proyecto Golem 2003, por ejemplo, o las bienales Borges-Kafka, cuya última edición se realizó en 2018.
Estas bienales, cuyo punto de partida había sido el surgimiento de dos de los más importantes autores del siglo XX en ciudades periféricas y cosmopolitas, fueron ampliándose de tal manera que los nombres de escritores -tanto checos, como argentinos- fueron ampliándose y tomando cada vez más fuerza. Así, a ponencias centradas en la figura Karel Čapek, siguieron las que giraban en torno a escritores como Hrabal o Cortázar, figuras centrales de la cuarta edición, llevada a cabo en 2014. Dos años antes, y apenas unos años antes de su muerte, Arnošt Lustig llegó a visitar Buenos Aires, a propósito de la bienal anterior.
Todos estos acontecimientos comenzaron a profundizar la relación entre las letras checas y el universo literario de Borges. La relación del escritor argentino con la literatura checa (es decir, con la literatura escrita en checo, y no con autores como Meyrink y Kafka, que, aún profundamente conectados con Praga, escribían en alemán) se ve manifiesta el 24 de febrero de 1939, cuando en la revista El hogar Borges presentó (en la sección que ofrecía al público breves biografías de autores que para Borges merecieran difusión, como T. S. Elliot, Romand Rolland, Olaf Stapledon o, incluso, el propio Meyrink) una nota sobre Karel Čapek, en la cual describía la singularidad de su obra, enumerando y sintetizando el argumento de algunos de sus títulos.
Las similitudes entre la obra de Borges y la Čapekiana son cuantiosas y sumamente evidentes para quienes tengan acceso a ambas obras. A pesar de la brevedad de su vida, la múltiple producción literaria de Čapek, por ejemplo, es uno de los claros puntos en común con la obra borgeana, y no sólo por la cantidad de páginas escritas, sino también por la pluralidad de temas y géneros a los que se ha abocado (desde la reflexión filosófica y los dramas realistas y rurales, hasta el género policial, pasando por la ciencia ficción, la escritura de viajes o la colaboración en revistas). Esta pluralidad de géneros y versatilidad en la escritura es lo que los ha llevado, seguramente, ha crear dos libros basados en el mismo artilugio literario (que ya había puesto en práctica Marcel Schwob con sus Vidas imaginarias). Así, mientras que en 1935 Borges publicó, en Historia universal de la infamia, un conjunto de relatos en los que ficcionalizaba (a partir de datos reales) las vidas de personajes históricos, tres años antes Čapek había publicado Apócrifos, libro en los que el autor juega con las vidas de Poncio Pilato, Cleopatra, Atila o Alejandro Magno (entre varios otros).
Hasta qué punto se interesó Borges por la obra de Čapek, o cuán profundo fue el conocimiento de su obra es algo que difícilmente se pueda saber con certeza. Un dato cierto es que el nombre de Čapek no vuelve a aparecer en la escritura de Borges, ni tampoco en sus cuantiosas entrevistas y diálogos ofrecidos. Sin embargo, curiosamente cierto también es que, en la reseña bibliográfica que escribiera sobre él, Borges destaca la escritura de “el curioso drama La madre”, agregando (a punto seguido) que en él “varios personajes de esa obra aparecen después de muertos” (Borges, 2005: 442).
En su cuento "El milagro secreto" Borges imagina a un escritor checo cuyo nombre remite expresamente a la lengua checa, alejándose (curiosamente) de otros nombres que pudieran serle más familiares, tales como los de Franz o Gustav[1]. En el cuento, su protagonista, Jaromir Hladík, es un dramaturgo que, acorralado (al igual que se vieron acorralados los hermanos Čapek) por el avance del nazismo, se pone como objetivo terminar, antes de ser fusilado, la obra de teatro que estaba componiendo. Un “curioso drama”, en el que (al igual que en La madre) “varios personajes de esa obra aparecen después de muertos”.
Finalmente, y como nunca pareciera la vida ni la literatura dejar de sorprendernos, es posible establecer un último punto de contacto más entre la figura de Borges y la literatura checa, aunque más no sea uno meramente anecdótico, aunque no por eso menos real. Este punto consiste en que ha sido una de sus más queridas y cercanas amigas, Estela Canto (autora de Borges a contraluz, y a quien Borges le regalara el manuscrito de “El Aleph”) la primera traductora (llevada a cabo a partir de la versión francesa) de uno de los libros más famosos de la literatura checa: Las aventuras del buen soldado Švejk.
Notas aclaratorias y de interés:
La bienal “Borges-Kafka”- “Kafka-Borges” se realizó hasta el 2018 cada dos años. La cede de la bienal iba alternando entre las dos ciudades, Praga y Buenos Aires, de manera que se repetía en una misma ciudad cada cuatro años.
El libro en el que figura la nota biográfica de Borges sobre Čapek es Textos cautivos, incluido en el cuarto volumen de sus obras completas, del cual se realizó la cita. La reseña completa puede encontrarse a través de este link:
[1] Sobre este punto llama la atención František Vrhel en su texto “Borges y Praga” (en El siglo de Borges: homenaje a Jorge Luis Borges en su centenario, volumen I, Alfonso de Toro, coordinador, Iberoamericana Vervuert Ediciones, España):
“Para un lector checo, y probablemente no sólo para él, lo más conspicuo del relato son los nombres propios, eventualmente los topónimos, empezando por el nombre del protagonista, tan checo que resulta chocante: ¿Cómo puede en un relato argentino de los cuarenta aparecer algo tan típicamente checo como el nombre Hladík? Hay que añadir que no fueron los checos sino precisamente Daniel Balderston quien tomó en cuenta este nombre, consideró su derivación y presentó, refiriéndose al artículo del conde Lützow sobre la literatura checa, bohemia en la undécima edición de la Enciclopedia Británica (1910), como un origen posible de la inspiración borgeana en cuanto al nombre. Me permito, continuando a lo que presentó Balderston, desarrollar un poco esta línea. Borges escribe el nombre de la forma siguiente: «Jaromir Hladík», y Balderston añade: (el) apellido tiene un acento agudo totalmente anómalo en castellano y por lo tanto frecuentemente ausente o mal colocado en los estudios críticos sobre la obra” (1999: 439-450). Disponible en: http://oyeborges.blogspot.com/2011/05/borges-y-praga.html