(Texto corresponde a la ponencia ofrecida en el marco de la IIª Jornada Nacional de Estudios Eslavos llevada a cabo en la Ciudad de Buenos Aires, el 04 de agosto de 2018).
Karel Capek: Símbolo de la primera república. Una semblanza a su figura, en el centenario de la creación de la República Checoslovaca, a través de tres de sus dramas teatrales.
Hay juegos a los que nos posibilita la historia. Karel Capek nació en 1890, pero su producción literaria se desarrolló, prácticamente, durante el periodo que duró la primer República Checoslovaca.
R.U.R., su obra más famosa, fue publicada, dos años después de la creación de Checoslovaquia, en 1920; Madre, su última obra, en 1938, unos meses antes de su muerte, y poco tiempo después de que la Alemania Nazi usurpara el país eslavo.
Casi toda la vida literaria e intelectual de Capek transcurrió bajo la república de Masaryk, con quien lo unía un vínculo no sólo ideológico, sino también de amistad. A lo largo de su obra, puede afirmarse, no sólo es posible encontrar el ideario de un hombre, sino el de toda una nación que vio su vida coartada por las manos del nazismo.
Seguramente resulte demasiado afirmar que la obra de Capek encarna el alma de todo un pueblo, pero lo cierto es que, lo que sí su trabajo atesora, es la forma de la esperanza y la ilusión de aquellas personas que forjaron el resurgimiento del pueblo checo después de trescientos años de ostracismo[1].
En R.U.R., luego de que la humanidad desaparezca, víctima de la revuelta de los robots, sólo una persona sobrevive: Alquist (el químico, o el alquimista),[2] cuyo único sueño es poder hallar otros humanos en la Tierra. La humanidad se ha llevado a la tumba el secreto de la fabricación de los robots, y Alquist no consigue a descubrirlo. Los robots poco a poco, también comienzan a extinguirse, y, ante este panorama, el recuerdo del ser humano y de todo lo bueno que había en él impulsa a Alquist a encontrar la forma de darles a los seres humanos una nueva oportunidad.
Capek dibuja, a través de las escenas finales de la obra, su primer escenario apocalíptico, y ese escenario le permite jugar con la idea de la refundación de la especie, a partir de aquel elemento esencial que, en la obra, define a la humanidad. Aquello que, curiosamente, por otro lado, casi nunca es enseñado en la sociedad, ni en la escuela, ni en la familia: el acto de la desobediencia. O, lo que es básicamente lo mismo: la posibilidad de ser libres.
En el final de la obra, Alquist encuentra a una pareja de robots que difieren de todos los otros. Son los últimos robots creados por el Dr. Gall (el hombre que había estado a cargo de su fabricación) y hay algo en ellos que a Alquist le sorprende. Entonces decide experimentar con ellos y ordena, alternativamente, a uno y a otra, llevar a su compañera y compañero al taller, para comenzar la exploración de sus cuerpos. Pero esa orden no es obedecida. Ambos se niegan, y cada uno se ofrece para ocupar el lugar del otro.
Primus y Elena (la pareja de robots) se niegan insistentemente a obedecer, y es a través de esa desobediencia (y de su amor, naturalmente) que Alquist descubre en ellos la resurrección de la raza. El nuevo Adán y la nueva Eva que repoblarán al mundo: “Alquist: Ahora lo habéis dicho. Marchaos. (…). A donde quieran. Elena, guíale tú. Vete Adán. Vete Eva. Serás su mujer. Tú sé su esposo Primus. (Capek, 2003: 96).
El rasgo fundamental del personaje de Svejk, en la novela de Jaroslav Hasek (una de las novelas más populares, si no la más, de la literatura checa) es la desobediencia a cada una de las órdenes que, como soldado del ejército del Imperio Austro-húngaro, recibe de sus superiores.[3] El protagonista del poema Mayo, obra clave de la lírica romántica checa, y pieza central del resurgimiento de la literatura en lengua checa, es el ladrón Vilém que no obedece las leyes y normas que imponen los dueños de la tierra.
También Kundera, años más tarde, en La insoportable levedad del ser, utiliza la desobedienciapara definir a Sabina, uno de sus personajes:
No sabía que lo que subyugaba a Sabina era la traición y no la fidelidad. La palabra fidelidad le recordaba al padre, un puritano que vivía en una pequeña ciudad y los domingos pintaba para entretenerse puestas de sol en el bosque y rosas en un florero. Gracias a él empezó a pintar siendo aún una niña. Cuando tenía catorce años, ella se enamoró de un muchacho de la misma edad. El padre se horrorizó y no la dejó salir sola de casa durante todo un año. Un día le enseñó unas reproducciones de cuadros de Picasso y se rio de ellas. Ya que no la dejaban amar a su compañero de clase, al menos se enamoró del cubismo.
(…).
Estudiaba en la academia de pintura, pero no le estaba permitido pintar como Picasso. Era una época en la que se cultivaba obligatoriamente el llamado realismo socialista y en la escuela se fabricaban retratos de los gobernantes comunistas. Su deseo de traicionar al padre quedó insatisfecho, porque el comunismo no era más que otro padre, igual de severo y de estrecho, que prohibía el amor (era una época puritana) y a Picasso. Se casó con un mal actor de un teatro de Praga sólo porque tenía fama de gamberro y les resultaba inadmisible a los dos padres. (Kundera, 2000: 97-98).
El propio Masaryk, incluso, en uno de los pasajes del discurso que pronunció en conmemoración de los diez años de independencia de la República, se refiere al pueblo checo como “un pueblo completamente rodeado de pueblos bamboleados de derecha a izquierda, (…) aplastado por la debilidad de nuestros medios, no teniendo costumbre de gobernar, poco propenso a obedecer, y casi desconocido del universo” (en Kybal, s/fecha: 51).
La soberanía y libertad del pueblo checo habían estado oprimidas desde la derrota en la Batalla de la Montaña Blanca y tuvieron que pasar casi 300 años para que pueda resurgir al resguardo de un país libre e independiente. Y sin embargo durante todo ese tiempo el anhelo de rebeldía y libertad jamás llegó a desaparecer del todo.
En El caso Makropulos (1922), lo primero que Capek destaca es el valor de la vida humana, destacando especialmente su brevedad:
No sé si es optimista afirmar que vivir sesenta años es malo mientras que vivir trescientos años es bueno; pienso solamente que proclamar la vida de sesenta años (de promedio) como razonable y hasta bastante buena, no es precisamente un pesimismo criminal. Digamos que afirmar que alguna vez en el futuro no va a haber enfermedades ni miseria ni trabajo sucio, es seguramente optimismo, pero decir que esta vida actual llena de enfermedades, miseria y trabajo no es tan del todo mala y maldita y tiene algo infinitamente valioso es… ¿qué en realidad? (Capek, 1990: 23).
La oposición que hace Capek (entre optimismo y pesimismo) viene de la acusación que (junto a su hermano Josef) había recibido luego de estrenar el drama satírico La vida de los insectos (1922). El humanismo de Capek, que es el mismo humanismo de Masaryk, y el mismo humanismo que con sus ideales embanderó la primer Checoslovaquia, no sólo es un humanismo de la esperanza y el progreso, sino también, un humanismo del aquí y ahora. En el que, sin que importase cuál fuera el tiempo o los contextos políticos, el valor de la vida humana se encuentra por encima de todo:
Quizás hay dos clases de optimismo: uno, el que se vuelve de las cosas malas hacia algo mejor, tal vez soñado; otro, que busca en las cosas malas mismas algo por lo menos un poco mejor, tal vez soñado. El primero busca directamente un paraíso: no hay dirección más hermosa para el alma humana. El otro busca aquí y allá por lo menos migajas de un relativo bien: quizás ni siquiera este intento sea del todo carente de valor. (…).
Crean ustedes que hay un solo pesimismo verdadero, y es aquel que se cruza de brazos; diría el derrotismo ético. El hombre que trabaja, busca y realiza, no es ni puede ser pesimista. (Capek, 1990: 24).
El optimismo de Capek, su confianza en el valor de la vida humana, y su lucha, a través de la literatura, por la construcción de un mundo mejor atraviesa toda su obra. En La guerra de las salamandras (1936), el personaje X, personaje tras el cual se oculta la voz del autor, llama a la humanidad a dejar de armar a las salamandras, y a frenar la competitividad exasperada entre naciones. En uno de los textos recogidos en El ideal de la humanidad, Masaryk al referirse a la convivencia de las naciones afirma:
La idea de humanidad implica el que todas las naciones sean autorizadas a propender en igual medida a la humanidad. De esto nace la idea de una organización mundial que abarque a la humanidad entera. (…). El desarrollo del cosmopolitismo -como el de la idea de nacionalidad-, ha seguido un curso paralelo al de la idea de humanidad. Sin embargo hay cosmopolitismo y cosmopolitismo. Esta palabra significa, en realidad, para los ingleses, franceses y alemanes la hegemonía de Inglaterra, Francia o Alemania. Pero para las naciones más pequeñas la cosa es diferente. (Masaryk, 1946: 29-30)
A pesar de aparecer la guerra y el fin de la humanidad en R.U.R. y En la guerra de las salamandras, el valor de la vida humana, la tragedia y el dolor de su perdida, sin embargo, en ninguna otra obra de Capek ocupa un lugar tan central como en Madre, su última obra. En donde la muerte se repite en escena una y otra vez.
En los meses finales de su vida, la muerte deja de presentarse como un fantasma que acecha al ser humano, para convertirse en una realidad que se acerca a su propia existencia, y a la vida de su nación bajo la forma del nazismo: “Esta obra, cuya idea le fue dada al autor por su mujer, el argumento por la época en que vivimos…” (Capek, 1957:5).
En Madre, de hecho, los muertos que protagonizan del drama nada tienen de fantasmas.
En el texto que presenta la obra el autor pide explícitamente que ningún elemento diferencie a los muertos de los vivos: “…para su realización teatral, el autor pide que los muertos que en la obra rodean a la Madre, no sean tomados como fantasmas, sino como hombres vivos, afables y familiares, que se mueven con toda naturalidad en su viejo hogar, dentro del círculo de la lámpara familiar. Son tales como vivían porque siguen viviendo en la imaginación de la madre…” (Capek, 1957: 5).
Esta segunda idea, la de los muertos que siguen vivos a través del recuerdo de la madre, la idea del amor que sobrevive a la muerte y que perdura más allá de sus límites, también es referida por Masaryk, precisamente, en uno de los diálogos mantenidos con el propio Capek: “El amor verdadero –amor sin reservaciones, el amor de un ser a otro, en su totalidad- no deja de existir por el paso de los años, ni siquiera de la muerte” (Capek, 1995: 101)[4]. Está claro que la subsistencia de los muertos a través del recuerdo de los vivos no es de dominio exclusivo de Capek, y recorre diferentes culturas del mundo, pero, en Madre, lo central de la obra son esos hijos y el hombre amado, que, fallecidos bajo la imperante crueldad de la guerra, son rescatados de la muerte por el amor de una mujer que no tiene a nadie más en el mundo. Del mismo modo que el ideario y los valores de aquella primera República sobreviven en la obra de Capek, y en su profundo humanismo, lo cual, en definitiva, no es más que una forma abreviada de decir: y en su profundo amor por la humanidad.
Bibliografía de referencia:
Capek, Karel (1957): Madre. Ediciones Losange. Buenos Aires.
---------------- (1990): El caso Makropulos. Fos-Epsilon Editora. Buenos Aires.
----------------- (1995):Talks with T. G. Masaryk. Catbird Press.North Haven.
----------------- (2003): R.U.R.- La fábrica de absoulto. Minotauro. Barcelona, España.
Kundera, Milan (2000): La insoportable levedad del ser. Tusquets. Barcelona.
Kybal, Vlastimil(s/fecha):Tomás G. Masaryk. Compañía Ibero-Americana de Publicaciones. Madrid.
Masaryk, Tomas G. (1946): El ideal de la humanidad. Editorial Victoria. Buenos Aires.
[1] La derrota en la Batalla de la Montaña Blanca, en la que unos 20.000 checos cayeron derrotados por las tropas del Sacro Imperio Romano Germánico, significó un golpe crucial para la nación checa. Su lengua, y su cultura, fueron sometidas al ostracismo a causa de la recatolización del territorio y de la imposición de la lengua alemana por parte del Imperio, en su afán por borrar todo rastro del legado reformista de Jan Hus.
[2] Una cuestión a tener en cuenta es que la nostalgia de Alquist por la humanidad no introduce una idealización del género humano. La obra sigue, pese a todo, haciendo presente su crítica a la humanidad:
“-Alquist: ¿Por qué nos habéis asesinado?
-Robot Radius: Para ser como los hombres son necesarias las matanzas y la dominación. Lea historia, lea los libros de los humanos. Hay que dominar y asesisar para ser como los hombres” (Capek, 2003: 90).
[3] La desobediencia del personaje de Hasek es una desobediencia atípica. A partir del acatamiento al píe de la letra de cada una de las ordenes que recibe consigue llevar a cabo constantemente algo diferente a lo que se le solicita, logrando así evitar ser enviado a combatir en el frente.
[4] La cita original es en inglés. La traducción es propia.