No hace mucho tiempo, un joven lituano vino a verme, y después de algunas conversaciones preliminares sobre asuntos generales, me confesó la cuestión que le preocupaba vitalmente. Esta era acerca de si valía la pena producir una literatura lituana y publicar libros lituanos, cuando solo un puñado de personas iban a poder leerlos. ¿Valía la pena realizar el esfuerzo por mantener una aislada identidad nacional, y gastar una enorme cantidad de energía, para que la lengua lituana siga avanzando y la vida cultural lituana continúe? ¿No sería mejor unirse a alguna lengua de mayor alcance y publicar libros en ruso o alemán, para compartir movimientos intelectuales de un alcance más amplio, y, con una lengua mayor y con mayores instrumentos, tomar parte activa de los problemas generales de Europa?
Mi estimado amigo, le dije, este es un asunto familiar para nosotros los checos. Hace alrededor de cuarenta años un joven checo apenado, llamado Hubert Gordon Schauer*, había hecho la misma pregunta.alguna lengua de mayor alcance y publicar libros en ruso o alemán, para compartir movimientos intelectuales de un alcance más amplio, y, con una lengua mayor y con mayores instrumentos, tomar parte activa de los problemas generales de Europa? Él fue duramente atacado por sus preocupaciones, para esto, por supuesto, no es una solución final para este particular problema. La respuesta correcta, me parece a mí, es que, al día de hoy, tú puedes viajar desde cualquier parte de Europa, incluyendo lugares tan alejados como Reval, para estudiar grandes mentes como las de Březina o Masaryk, y que ninguno de nosotros se encuentra ya preocupado por aquella trágica cuestión que para Schauer representaba una cuestión de vida o muerte.
“Sí”, me respondió el joven tristemente, “sólo que yo no soy de Reval, sino de Riga; Reval es de donde vienen los estonianos. Eso sólo le demuestra: ¿qué podemos significar los lituanos para el mundo cuando todo el mundo nos confunde con los estonianos o los lituanos? ¿Vale la pena realmente el esfuerzo?”. Y así...
Incluso cuando el problema de Shauer ya no nos preocupe, nuestra posición como una pequeña nación contempla inconvenientes en otros sentidos. Algunas personas piensan que las pequeñas naciones deberíamos reservarnos a nosotras mismas para nosotras mismas más de lo que la mayoría de las naciones lo hace; mientras que otros, por el contrario, consideran que deberíamos movernos por el mundo con mayor fuerza y más libertad; algunos se quejan a diario de nuestro pobre intelectualismo, y otros nos advierten diariamente acerca del gran y malvado mundo que se prepara para tragarnos. En resumen, este es un asunto que presenta sus problemas, por lo que estamos naturalmente interesados en descubrir cómo han lidiado con en otros lugares, a los que el Señor de los cielos les ha dispuesto la misma empresa, la de ser naciones de pequeña escala, que a nosotros. Y esto -junto a Rembrandt- fue la primera cosa que yo buscaba cuando decidí venir a Holanda. Una pequeña nación.
Gente de todo el mundo se agolpa devotamente frente a las imágenes de Rembrandt que están de llenas de oscuridad y brillo; pero esos cuadros permanecen inescrutables. Y el peregrino que deseaba contemplar y sondear el secreto de una pequeña nación, al menos desde su arte, se enfrenta de golpe con un secreto aún más extraño: el enigma de un gran artista.
La cosa es esta: con relación a Rembrandt, la impresión final del peregrino es que la felicidad a pequeña escala de una pequeña nación es una verdadera bendición. Ahí hay un bonito, suave, ordenado y sensible país; esto es próspero y respetable. No tendrá montañas, pero en él se abre un abismo de dolor, de resplandor y de una maravillosa beatitud. Esto es Rembrandt.
Textro extraído de: Letters from Holland. Ed. Faber & Faber. Enero de 1950, Traducido al ingés por Paul Selver. Pags.: 50-51 y 57. Traducción propia del inglés.
*Hubert Gordon Schauer fue un escritor y crítico literario checo proveniente de familia alemana. Vivió entre los años 1862 y 1892 y una de sus preocpaciones principales giró en torno a si valía la pena pelear por una cultura checa, en lengua checa, a partir de los niveles culturales que había alcanzado la nación. Su planteamiento incluía la hipótesis de que, si el nivel cultural que podía ofrecer el pueblo checo a Europa no era lo suficientemente elevado como para contribuir de una u otra forma a la cultura mundial, entonces sería preferible unirse a una cultura mayor (por caso la alemana), llevando a cabo así, intencionalmente, un suicido cultural checo.
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