-Leí que en el fondo del océano, donde la
vida es muy extraña, vive un pez muy raro:
si se encuentran dos machos, el más
pequeño se convierte en hembra.
Arnost Lustig: “La chica de la cicatriz”.
A. Un argumento compartido.
En dos cuentos (“La chica de la cicatriz”, de Arnost Lustig y “Emma Zunz”, de Jorge Luis Borges) la trama general se repite: una joven, sin hijos (y sin ningún pariente que se nombre a lo largo de los relatos), que aún no ha intimado con ningún hombre, descubre la posibilidad de vengar la muerte del padre (en el cuento de Lustig también la muerte de la madre) años después de cometido el crimen. Las protagonistas de ambos relatos planean, durante días, una venganza secreta, íntima, silenciosa, que no será compartida con nadie. Su ejecución requiere del uso del cuerpo, como objeto sexual y de deseo, y un arma que posibilite el asesinato con el cual la venganza sobre el hombre responsable de la muerte de los progenitores se concrete.
B. La presencia del padre: el complejo de Edipo.
En su conferencia “Otra vez el Edipo, o el monismo fálico” Julia Kristeva recuerda una anécdota, a través de la cual insiste sobre la importancia del padre: En la conferencia anterior, una joven del público le preguntaba por qué no hablaba sobre la figura del padre, su madre había muerto de niña, había sido criada por su padre, y afirmaba que, todo lo que era, se lo debía a él. Kristeva acuerda y agrega “no se hablará nunca suficientemente del padre”.[1]
En “Emma Zunz”, aun cuando se relatan recuerdos de la infancia de la protagonista, no existe, en todo el cuento, una sola mención a la madre. La figura del padre lo acapara todo. En “La chica de la cicatriz”, la protagonista rememora la escena en la que soldados nazis golpean y arrestan a sus progenitores, pero, descontando esta escena, el resto de los recuerdos, aquellos momentos que intensifican el dolor de la pérdida (y así alientan la venganza) están dedicados exclusivamente al padre: “Papá llevaba las gafas de montura de níquel que acababa retirar de la compañía del seguro médico...” (toda la continuación del párrafo sigue tratando sobre la figura del padre), “Los recuerdos se agolparon en la mente de Jenny; todo lo que su papá había dicho y hecho mientras los alemanes ocupaban Praga”; “El aire parecía impregnado por el sonido de la mandolina italiana de papá. “Oh María”, "Papá sabía unas ocho canciones italianas de amor”.[2] La eliminación por completo en el cuento de Borges, y la reducida presencia, a una única escena en el de Lustig, de las figuras maternas contrastan con la omnipresencia en uno y con el reiterado recuerdo, en otro, del padre. Convirtiéndose la figura paterna en el motor que impulsa la acción de los cuentos. Lo que este rasgo compartido demuestra, tal como lo señalaba Kristeva, es la potencia de la figura del padre, y la fuerza del complejo de Edipo, que, incluso, consigue filtrarse en la literatura y organizar a través suyo dos relatos de venganza.
En uno de los últimos párrafos de “La chica de la cicatriz”, con las acciones consumadas y el asesinato ya cometido, la protagonista camina y consigue recordar el vestido de novia que había usado su madre, recordando incluso a ella planchando el vestido, pero la figura de la madre no se extiende más allá de ese fragmento, queda interrumpida, de pronto, por la aparición del padre. La imagen de este, su fantasma, aparece y se pone a caminar (mientras la hija lleva encima, aunque más no sea a modo de recuerdo, el vestido de novia de la madre) junto a ella: “Su padre también caminaba con ella, con las gafas de montura de níquel apoyadas en el puente de la nariz. Parecía un profesor, aunque había trabajado durante años en la compañía de abastecimientos de aguas…”.[3]
C. La cuestión del cuerpo.
Simone de Beauvoir se pregunta y reflexiona: “cuando Hércules hila su lana a los pies de Onfalia, su deseo le encadena: ¿por qué Onfalia no logra conquistar un poder duradero? (...). La necesidad biológica -deseo sexual y deseo de una posteridad-, que pone al macho bajo la dependencia de la hembra, no ha liberado socialmente a la mujer”.[4] Pero, da a entender, podría haber significado un camino.
La función del cuerpo en los dos cuentos escogidos es la clave del éxito de la venganza. En “Emma Zunz” será necesario para poder explicar el asesinato de ese hombre al que ella acaba de matar, resultando funcional de dos maneras distintas: por un lado, porque es su cuerpo, entregado al marinero sueco, el que le otorga las pruebas que podrán cerciorar un abuso inexistente, que, ella argumenta, la ha impulsado al asesinato. Pero, por otro, porque es ese cuerpo de mujer (independientemente de sean cuales fuesen sus rasgos particulares, el cuento apenas describe su anatomia, lo que importa es simplemente el cuerpo de mujer en su concepción arquetípica) el que biológica, histórica y culturalmente tiene el poder de operar sobre la voluntad de los hombres, haciendo creíble el falso accionar que la joven le adosa a Lowenthal.
En “La chica de la cicatriz”, la utilización del cuerpo aparece de manera más simple, porque no hay paso intermedio, y el deseo del cuerpo (que en “Emma Zunz” se da a través del marinero que es usado) se ejerce directamente contra el oficial de la marina alemana. Al igual que en el cuento de Borges, el cuerpo se torna central porque es lo que permite el acercamiento hacía el asesino de los padres, y porque otorga la posibilidad de dirigir al otro hasta a un lugar desierto, donde el crimen, la venganza, pueda ser llevada a cabo.
La fuerza del cuerpo en estos dos relatos es tal, que en la narración de los días intermedios, entre el comienzo y el final de cada cuento, ambos personajes practican exactamente la misma actividad: la natación, deporte donde el cuerpo semidesnudo queda expuesto a la vista (y al deseo) de todos.
El cuerpo, entonces, se convierte en arma, pero la fuerza de esa arma, sustentada en el deseo, aunque suficiente para justificar y estrategizar la muerte, no alcanza, debido a sus cualidades físicas, para ejecutar el asesinato. El cuerpo del hombre tiene más masa muscular, es más alto, más voluminoso, su esqueleto es más robusto, tiene mayor capacidad respiratoria. Para Simone de Beauvoir esta cuestión de la supremacía biológica, en cuanto a la dominación física, está indudablemente representada en el pene; órgano depositario de la potencia sexual y la reproducción. El pene faltante en la mujer, representaría así también toda la potencia física que el hombre ostenta y que a la mujer le falta. El elemento fálico queda convertido en el posibilitador del dominio.
En su explicación del “monismo fálico”, Kristeva explica que esta teoría consiste en sostener que todo ser humano imagina de manera inconsciente la posesión de un pene, y que la mujer no puede no sentir la falta y la decepción ante la ausencia de ese órgano, que la ubica en un lugar de inferioridad al respecto del hombre.
Por eso es doblemente significativa la forma en la que, en el relato de Lustig, el asesinato de un hombre por una mujer que busca vengar a su padre, es llevado a cabo. El cuchillo, de figuración netamente fálica, pasa de falo simbólico a falo real a partir del preciso momento en que él penetra, por mano de Jenny, en el cuerpo del oficial alemán hasta quitarle la vida. El sometimiento de la mujer al hombre, portador natural de la potencia fálica, queda invertido en los cuentos de Borges y Lustig porque, tal como señalase de Beauvoir, la relación del hombre con la cultura es tan o más fuerte que su relación con lo natural, y ambos relatos dejan en claro que la Cultura bien puede proporcionar aquel falo que la biología no otorga.[5]
D. No caer en la tentación (y la conquista del espacio público).
Existen dos elementos más que se repiten en ambos cuentos y que se tornan cruciales para el éxito de las venganzas llevadas a cabo por las heroínas. Y estos funcionan, de algún modo, como las dos caras de una misma moneda, cuyo anverso y revés reflejan lo íntimo y lo externo, lo público y lo privado.
En cuanto a lo íntimo, ninguna de las dos protagonistas ha caído (ninguna ha mantenido relaciones sexuales antes) en la trampa de aceptar aquella subordinación en que la mujer -según de Beauvoir- históricamente ha caído, seducida por la tentación de obtener “todas las ventajas que le puede conferir la alianza con la casta superior”[6], entregando su cuerpo a cambio de las comodidades y ventajas que en sociedades patriarcales el hombre ofrece.
En cuanto a lo público, lo que se repite, es el usufructo que ambas realizan del espacio social (un espacio de conquista, hasta no hace mucho reservado únicamente al género masculino) imperiosamente necesario para que Emma lleve a cabo los actos que le permitan probar su defensa, y para que Jenny pueda ejecutar, sin testigos delatores, su venganza.
E. Marco teórico utilizado para el análisis.
Deconstrucción y Rizoma.
Dentro de las propuestas post-estructuralistas, la deconstrucción, elaborada por Jacques Derrida, ha sido una de las corrientes de análisis más importantes de la segunda mitad del siglo XX.
La crítica central que hace Derrida a la concepción estructuralista es la necesidad ineludible que presenta de, precisamente, organizar todo texto a partir de una estructura fija, que su cualidad de estructura es demandante de un centro. La idea de esta estructura rígida sostenida en el apoyo de elementos centrales (que, por definición, tornan a otras entidades el rol de marginales) ayuda a organizar las lecturas, pero, a la vez, la cercenan, la limitan, la orientan, la guían, hacia una determinada mirada, en desmedro de cualquier otra que no se encuentre sostenida por esa dicotomía entre centro y margen.
La deconstrucción, contrariamente, postula la anulación de esa fórmula dicotómica (centro-margen pero también alma-cuerpo, realidad-apariencia, sensible-inteligible, etc.) que ha guiado al pensamiento occidental, presentando como dicotomía fundamental la establecida por la oposición presencia-ausencia, en la cual la presencia ocuparía el centro, y la ausencia lo marginal, lo secundario, lo menor.
Esta fórmula dicotómica, de hecho, es cuestionada fuertemente por Derrida en su crítica y distanciamiento de un pensamiento logocéntrico según el cual la lengua habla (principalmente por su cualidad de presente) es superior a la escrita (repleta de ausencia).
La anulación de la estructura, entonces, implica la anulación de un centro, y por tanto la anulación del pensamiento dicotómico, en el que el primer término siempre es más importante que el segundo, y en el cual –por determinación de una tradición histórica dentro del pensamiento occidental- lo presente siempre prevalece sobre la ausencia. De esta forma, la deconstrucción se convierte en una invitación a explorar el texto desde distintos puntos de vistas, sin realizar primacías, ni jerarquizar significaciones; permitiéndonos jugar con las ausencias a las que el propio texto nos invita. Provocando un juego en donde las significaciones no se limitan porque las conexiones con el afuera (con lo ausente) son infinitas.
Esta teoría de la deconstrucción planteada por Derrida, lo llevara, en coautoría con Félix Guattari, a crear el concepto de Rizoma, por el cual se propone pensar al texto no bajo una mirada vertical, arbórea o de raíz, en la cual sobre un elemento principal (una idea, el tronco, la raíz principal) se van desarrollando otros secundarios (alusiones, ramas, filamentos secundarios); sino de una manera rizomática, horizontal, que emule la forma del tallo subterráneo del cual se toma el nombre, compuesto por múltiples yemas o desprendimientos que, ligados unos a otros, cumplen todos las mismas funciones vitales, de manera independiente, y sin ningún tipo de organización jerárquica. Haciendo contacto -rizoma con el mundo, alargando, prolongando, alternando líneas de fuga y significados, a través de las propuestas de la deconstrucción y del análisis rizomático, en este trabajo se reflexionará sobre la configuración identitaria femenina, una presencia ausente, en el cuento “La chica de la cicatriz” de Arnost Lustig, estableciendo algunas comparaciones con “Emma Zunz”, de Jorge Luis Borges. Dos textos en los que la acción (y la fuerza) recaen en los personajes de las hijas que ejercen el derecho de vengar –resolviendo la suerte de dos hombres- la muerte de sus padres.
Crítica feminista.
La parte del mundo con la que haremos rizomar los textos será con la representación de lo femenino, partiendo de la crítica feminista; particularmente de las ideas principales de Simone de Beauvoir, y de algunas ideas de Julia Kristeva expresadas en “Otra vez el Edipo, o el monismo fálico”.
En El segundo sexo, Simone de Beauvoir, afirma que aquello que define a la mujer sólo puede partir de la negatividad, es decir, de la otredad, del margen, de lo secundario. La humanidad, en una cultura patriarcal (el texto buceará en busca explicar buceando en sus orígenes) no puede definir a la mujer a partir de sí misma, sino siempre en relación al varón, en el cual se depositan todos los atributos del ser humano (tal como las definiciones de Aristóteles –“La hembra es hembra en virtud de cierta falta de cualidades”- y la de Santo Tomás –la mujer es “un hombre frustrado”- que el texto cita demuestran). [1]
El recorrido que hace en la búsqueda de los orígenes del patriarcado, a fin de esclarecer los elementos que han posicionado a la mujer como lo otro, lo secundario, va desde el surgimiento concepto de otredad, a partir de un análisis social y antropológico; hasta los rasgos biológico y el psicológicos (desde el punto de vista psicoanalítico) que nos definen. De estos tres recorridos, el biológico, por consistir mayormente en una descripción estadística comparativa, será del que menos nos alimentemos en este trabajo, aunque nos interesará rescatar su señalamiento de que “Todo el organismo de la hembra está adaptado a la servidumbre de la maternidad y es dirigido por ella, en tanto que la iniciativa sexual es patrimonio del macho. La hembra es la presa de la especie”[2]. El segundo sexo realizará una exhaustiva comparación de la naturaleza biológica entre machos y hembras, pero recordará, a manera, conclusiva del apartado biológico, la naturaleza cultural del Ser humano, que lo salva y lo ubica por encima de cualquier determinismo. De la misma manera, bajo el apartado que estudia la cuestión según el punto de vista del materialismo histórico, la técnica también modifica los condicionamientos naturales y bien podría (aún cuando esto no haya ocurrido) haber anulado “la diferencia muscular que separa al hombre de la mujer”.[3]
En la reflexión desde una mirada antropológica y social al respecto del dominio del varón sobre la mujer, algunas las propuestas desarrolladas que tomaremos para el análisis son las de la posibilidad de la mujer de haber revertido (tal como lo demuestra el mito de Hércules hilando a los pies de Ofalia, la Lysistrata de Aristófanes, o el accionar de Medea matando a sus hijos para vengarse de Jasón[4]) el dominio del hombre sobre la mujer, a partir del poder de una “necesidad biológica –deseo sexual y deseo de una posteridad- que pone al macho bajo la dependencia de la hembra”;[5] la trampa en la que cae la mujer a partir de las comodidades que su rol secundario le brindan (“negar la complicidad con el hombre sería, para ellas, renunciar a todas las ventajas que le puede conferir la alianza con la casta superior”[6]); y la conquista del espacio público como escenario necesario para la liberación (“la burguesía adhiere a la vieja moral que (…) reclama a la mujer en el hogar con tanta mayor aspereza cuanto que su emancipación se vuelve una verdadera amenaza”).[7]
Sobre la cuestión psíquica de la construcción identitaria de la mujer, desde una mirada psicoanalítica, sobre lo que nos detendremos (y aquí es donde se suma la mirada de Kristeva, quien concentra su texto prácticamente en esta cuestión) será sobre la figura del padre y sobre el elemento fálico, naturalmente faltante en el cuerpo femenino.
[1] de Beauvoir, Simone: El segundo sexo. Ediciones Leviatán. Buenos Aires. s/fecha.
[2] Ibídem.
[3] Ibídem.
[4] Ibídem.
[5] Ibídem.
[6] Ibídem.
[7] Ibídem.
Bibliografía:
de Beauvoir, Simone: El segundo sexo. Ediciones Leviatán. Buenos Aires. s/fecha
Kristeva, Julia: Sentido y sinsentido de la revuelta. Literatura y psicoanálisis. Eudeba. Buenos Aires. 1998.
Fuentes:
Lustig, Arnost: “La chica de la cicatriz”, de Sueños impúdicos. Editorial Seix Barral. Barcelona, España. 1990.
Borges, Jorge Luis: “Emma Zunz”, de El Aleph. Editorial Alianza. Barcelona. 1998.
Notas al pie:
[1] Kristeva, Julia: Sentido y sinsentido de la revuelta. Literatura y psicoanálisis. Eudeba. Buenos Aires. 1998.
[2] Lustig, Arnost: “La chica de la cicatriz”, de Sueños impúdicos. Editorial Seix Barral. Barcelona, España. 1990. Cada una de las citas, respectivamente, pág.: 60, 62 y 76.
[3] Ibídem: pág.: 110.
[4] de Beauvoir, Simone: El segundo sexo. Ediciones Leviatán. Buenos Aires. s/fecha. Pág.: 16.
[5] Si bien en “Emma Zunz” el instrumento con el que la mujer reduce al hombre no reproduce la forma fálica que sí reproduce el cuchillo (Lowenthal es asesinado de tres disparos), el cuchillo como falo que permite a la mujer ocupar el lugar del hombre y reducir al varón a la nada sí aparece en otro cuento Borges: “Juan Muraña”. En él, el esposo muerto queda reducido al falo (al cuchillo) y ese falo es luego apropiado por la viuda, cuyo comportamiento, al ostentar el cuchillo-falo, emula al del marido.
[6] de Beauvoir, Simone: El segundo sexo. Ediciones Leviatán. Buenos Aires. s/fecha. Pág.: 21.