(El siguiente texto corresponde a la ponencia ofrecida en el marco de la Iª Jornada Nacional de Estudios Eslavos llevada a cabo en la Ciudad de Buenos Aires, el 20 de agosto de 2016).
Tres autores checos
Al igual que la gran mayoría de los países eslavos el pueblo checo se ha visto atravesado a lo largo del siglo XX por los grandes acontecimientos europeos a los que, como pequeña nación, como pueblo menor de Europa, se ha visto arrastrado, sin la posibilidad de ejercer su propia voluntad.
En este sentido, la Primera y Segunda guerra mundial y la posterior división del continente entre Europa del este y Europa occidental han dejado profundas cicatrices en una nación que nunca se sintió apelada por estos conflictos.
La primera gran prosa moderna, pieza central de la literatura checa, Las aventuras del buen soldado Svejk (según la traducción directa de Monika Zgustova, -existen además dos traducciones, pero del inglés, una de ellas de Estela Canto) narra los disparatados pero eficaces recursos de Svejk para evitar ser enviado al frente de batalla como soldado del imperio Austro-Húngaro durante la primera guerra mundial, pero no existe en el protagonista tampoco una inclinación o simpatía hacia el otro bando. Es un personaje capturado en un conflicto que poco lo toca y cuya única resolución es hacer lo imposible para poder escapar de él. Existe en la novela, una desfachatez (Sevjk se gana la vida vendiendo perros callejeros que rescata de su abandono para teñirlos y disfrazarlos con el fin de venderlos como perros de raza), una ridiculización del mundo y el orden, en la que inmediatamente se reconocerá el pueblo checo.
El primer texto moderno checo de relevancia nace así con el estallido de la Primera Guerra Mundial y, sometida a los vaivenes de la historia de Europa, prácticamente toda su literatura.
La independencia del pueblo checo (hermanado al eslovaco), después de todo, no se presenta, tras largos 300 años de sometimiento (luego de la derrota de los ejércitos checos protestante en la montaña blanca), sino a través del fin del estallido de la Primera Guerra, que divide al centro de Europa en múltiples estados independientes, siendo uno de ellos la primer República Checoslovaca.
Esa primer República, que se extendió por veinte años desde 1918 hasta octubre de 1938, año de la ocupación alemana, fue uno de los periodos más fructíferos de la cultura checa, y una marca irrefutable de su pertenencia a una región posteriormente olvidada (a partir de la dicotómica división este-occidente) como lo es la de Europa central.
República Checa es, y sólo hace falta mirar un mapa, para dar cuenta de ello, el país más eslavo más occidental del continente, y ha servido de puente y de punto de encuentro entre el mundo eslavo y la Europa occidental.
Karel Capek, es, sin duda, el autor más representativo de esta idea. Su producción, libre de todo provincianismo, se centra en los temas que ocuparían a Europa durante la primera mitad del siglo XX. En el conjunto de relatos reunidos bajo el título Apócrifos, al igual que Borges en Historia Universal de la infamia, y al igual que Marcel Schow en sus Vidas imaginarias, ficcionaliza pasajes de la vida de personajes históricos que van desde Pilato y Napoleón, hasta Atila y Alejandro Magno. Capek es la demostración más elocuente del rol del pueblo checo como punto de contacto entre el mundo eslavo y el resto de Europa. Sus libros de viajes son por Inglaterra, España, Italia y Holanda, traduce a los poetas franceses, dialoga con Bernard Shaw a través del drama El caso Makropolus, en el que expone las consecuencias de la inmortalidad.
En La guerra de las salamandras, novela de ciencia ficción, plantea el problema de la explotación del hombre por el hombre, el colonialismo, el trabajo esclavo, la ambición materialista, la injusticia social inherente al capitalismo, la subestimación del poder de las masas, etc. Elementos, todos, que se convertirán en factores claves de las primeras décadas del siglo y que se repetirán en R.U.R.
En esta, quizás su obra más famosa, por introducir el término Robot, palabra eslava en cuya raíz conjuga los significados de trabajador y sirviente, los robots se sublevan contra el hombre, agregando a la larga lista de amenazas generadas por el Hombre al Hombre mismo, el avasallante y ciego avance de la tecnología. En ambos textos, y no por casualidad, el enfrentamiento, con las salamandras en uno y con los robots, en otros, expone al hombre a vérselas cara a cara con sus propios descubrimientos.
Pero R.U.R., es interesante además, porque surge desde una Praga absolutamente cosmopolita que se abre a la centralidad de las potencias occidentales desde la marginalidad eslava, para exponer como problemas esenciales algunas cuestiones que, desde este lado del océano, apenas dos años después, y también desde una ciudad marginal y cosmopolita, también iba a plantear Armando Discépolo en su obra, especialmente a través de Mateo, en donde el enfrentamiento entre hombre y máquina se mostrará de una forma no mucho más sutil.
Una coincidencia anecdótica es la facultad de nombrar de ambas obras. Mientras la pieza de Discépolo le ha dado nombre a los carros tirados a caballos en la ciudad de Buenos Aires, la de Capek ofreció el término con el cual se llamará luego a las maquinas humanizadas.
Los dos títulos surgen de una ciudad multicultural (la Buenos Aires repleta de inmigrantes de principio de siglo XX, la Praga en donde las culturas checas, judías y alemanas se tensan y entre mezclan; pudiendo pensar a Kafka como exponente mayor de ese resultado multicultural) y anuncia una deshumanización avasallante, en donde la figura del hombre pierde cada vez más valor frente a la tecnología y la idea del progreso a cualquier costo. Las obras se tocan en otros puntos como el aislamiento social, el pragmatismo de las nuevas generaciones, la pérdida de los viejos valores humanistas ante un nuevo orden en donde la vida deja de tener una visión sagrada.
Ante el triunfo de los robots, Alquist, único humano sobreviviente al ataque de los robots señala que “había algo bueno en el hombre….”. Pero eso bueno se ha perdido. Ángelo Ripellino en su libro Praga mágica recoge una declaración de Capek, donde el autor afirma que “Mientras escribía fui presa de un terrible miedo, quería advertir contra la producción en masa y las propagandas deshumanizadoras y, de repente, sentí la angustia de que un día, tal vez pronto, será así: de que nada habrá servido mi advertencia, y que, lo mismo que yo, el autor, he dirigido las fuerzas de estos obtusos artefactos hacia donde he querido, alguien conducirá un día al tonto hombre masa contra el mundo y contra Dios”(1).
Es curioso, porque durante La guerra de las salamandras, y a partir del capítulo 6, en el que es presentado, se narra la aparición de un misterioso personaje, denominado Señor X, que envía advertencias y mensajes al mundo desde distintos medios, sin que nadie le preste demasiada atención. Al final de la novela, ese personaje de descubre como el propio autor, quien confiesa haber estado enviándoles advertencias, una y otra vez, a sus propios personajes.
Al cierre de R.U.R., la fábrica desde donde se construyen los tecnológicos sirvientes del hombre rodean la fábrica, pero lo que los personajes atrapados en ella ven desde la ventana no son robots, sino cientos y miles de rostros humanos, que piensan y sienten lo mismo, y reclaman la aniquilación del otro.
Karel Capek murió el día de navidad de 1938, había vivido la Primera Guerra Mundial, y durante los años de entreguerra, dedicó gran parte de su obra a advertir que un segundo conflicto de esa magnitud, pero quizás más cruel aún, bien podría volver a ocurrir, si el hombre no mantenía su atención sobre las formas que tenía de pensarse a sí mismo. Para cuando la ocupación alemana a Checoslovaquia se había completado, él ya no se encontraba con vida. Había sido amigo íntimo del padre fundador del estado Tomas Masaryk, y había rechazado el ofrecimiento de asilos políticos de distintos países ante el avance nazi. Prefirió quedarse y morir en su patria. Esa muerte lo salvó de ver sus guerras proféticas llevarse a cabo en la realidad, así como de vivir la atroz experiencia de los campos de concentración, de la que no pudo escapar su hermano, colaborador y compañero de vida, el pintor Josef Capek.
Durante la segunda guerra, la cultura checa volvió a verse sometida a partir de la conversión del territorio en protectorado alemán. Josef Skrovecky, autor exiliado en Canadá, de gran reconocimiento en el mundo anglosajón, aunque no tanto en el hispánico (casi todas novelas han sido traducidas al inglés, pero prácticamente no existen traducciones directas al español) recrea, desde su pasión por el jazz, los años de la invasión alemana, especialmente a través de su novela más famosa, El saxofón bajo. El mucho más conocido Bohumil Hrabal describe esos años también en varias de sus novelas, Trenes rigurosamente custodiados, que fue llevada al cine por y galardonada con el premio Oscar a la mejor película extranjera, es la más famosa, pero también en otro libro, también llevado al cine por Menzel, Yo que he servido al Rey de Inglaterra, aparecen reflejados esos años.
Cuando se desató la Segunda guerra Arnost Lustig tenía 12 años. A los 16 fue enviado al Campo de concentración de Theresienstadt, y luego enviado a Auschwitz y a Buchenwald por su condición de judío, en el 45, cuando contaba con 19 y era transportado en tren al cuarto Campo al que sería destinado, logró escaparse luego de que el tren que lo transportaba descarrilara.
En Una oración por Katerina Horovitzova, Lustig ficcionaliza la historia verídica de un grupo de estadounidenses judíos adinerados varados en Polonia que se apiada de la joven muchacha condenada en un Campo de concentración a morir en la cámara de gas. El grupo, a partir de ese momento, comenzará (retenidas sus visas por las fuerzas del Reich) un viaje luego del cual debería ser intercambiados por altos jerarcas nazis capturados por las fuerzas aliadas. Aunque el verdadero destino siempre ha sido circular y el viaje en tren no ha sido nunca más que una farsa para quitarles la mayor cantidad de dinero posible, antes de efectivizar su muerte.
En el comentario a la solicitud al sastre-prisionero del Campo de un nuevo traje con el iniciar el viaje luego del cual será intercambiado que realiza el personaje que adopta a Katerina Horovitzova se sintetiza el espíritu de la novela: “Pronunció aquellas palabras como si se encontrara en San Franciso”(2).
El Sr. Cohen solicita estar vestido de la mejor manera como si a pesar del horror que lo rodea existiera de verdad la posibilidad de que el intercambio prometido sea verdad. La novela relata el viaje en tren que dirigirá al grupo al supuesto intercambio, en el que el oficial nazi a cargo no deja de presentar una interminable serie de inconvenientes que posponen la llegada a destino y sólo pueden ser resueltos con el dinero que los acaudalados prisioneros van entregando ante cada conflicto.
La novela de hecho, está construida a partir del modus operandi que señalara Borges en Kafka, comparando la escritura del autor checo (aunque su pertenencia al universo checo es discutida) con la parábola de Zenón de Elea, en donde, a pesar el movimiento constante, nunca se llega a destino. El tren avanza raudo hacia el punto de intercambio, pero siempre una condición se antepone a la meta, y cumplida esa condición surge otra, y luego otra, y otra, y así hasta el infinito, que en este caso es el fin de la novela, una vez agotado el dinero de los acaudalados prisioneros.
Todo el horror del nazismo surge de la mera narración de los acontecimientos del relato. No hay creación de clima, ni tensión, ni suspenso, no se detallan los sentimientos de los personajes, ni los momentos de desesperación, ni se ralentizas las crueldades. Como si el autor quisiera dejar en claro que la magnitud de los hechos no precisa de ningún aditamento.
Los personajes, imbuidos en su repatriación, tampoco se horrorizan ni se desesperan, salvo en contadas ocasiones. Esos sentimientos, en cambio, son los que se presentan en el lector, al ver pasar delante de sí, los incontables pagos y sacrificios que, sometidos por la negación y la falsa esperanza, se entrega el grupo de prisioneros.
En “La chica de la cicatriz”, uno de los tres relatos de Sueños impúdicos, ambientados en Praga durante la segunda guerra, la venganza o justicia, sobre el ejercito invasor se construye sobre la mano de una muchacha inocente que desde la primer hasta la ultima página abandona el mundo corriente para habitar en el universo mental en el que planea su venganza secreta. Seduce, o se deja seducir, por un oficial de la marina nazi que pasará a recogerla el sábado por la tarde (el relato se inicia la tarde del martes) y a partir de ese momento todos los actos de su vida y manifestaciones de su cuerpo viven para, y por, ese encuentro. Ciertos elementos propios del relato (su estructura narrativa, el silencio y la inocencia de la muchacha y de su proceder) provocan la sensación de estar frente a una reescritura del cuento de Borges “Emma Zunz”.
Entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y la invasión de los tanques soviéticos a Praga en 1968 pasaron 20 años. A pesar del régimen comunista y del golpe de estado que tumbó al gobierno continuador de la primera república, con la figura de Benés, anterior vice, como presidente, el auge cultural de los años de entreguerra, impregnados de influencias occidentales dentro del mundo eslavo (con la generación vanguardista del poetísmo a la cabeza) había dado sus frutos.
Durante los meses que duró la primavera de Praga todas las reformas propuestas y llevadas a cabo surgían de las libertades con las que el pueblo checo había vivido y gozado durante la primera república de Masaryk; y casi todas las figuras que dominarían el panorama cultural de la segunda mitad del siglo surgen de estos años: Ivan Klima, Milan Kundera, Pavel Kohout, en la literatura; Jiri Menzel o Milos Forman, en el cine.
Vaclav Havel, que luego se convertiría en el primer presidente de la República Checa, en 1993, ganaba fama por aquellos años como irreverente dramaturgo.
Hay en la obra de Havel una continuación del absurdo que colma las páginas de Svejk y la prosa de Hrabal, aunque complementado con una crítica política más aguda y directa.
En La fiesta en el jardín, el rasgo kafkiano que aparece no es el de las parábolas del movimiento de Zenón, sino el del interminable laberinto burocrático. La obra transcurre en la entrada de una fiesta en donde todas las discusiones se apoyan desde la lógica y en función del monstruo burocrático. Se habla de arte y se discute acerca de la necesidad de una ley sobre el atrevimiento del arte. Prácticamente, todos los personajes son funcionarios que se entreverán en defensa de lo que ha determinado tal o cual comité; para terminar con la paradoja del monstruo que se come a sí mismo, al informarse que se ha resuelto el cierre del Instituto de Liquidaciones, ordenándose que dicho Instituto se liquide a sí mismo.
En Audiencia el diálogo entre Vanek (alter ego de Havel que, como él, es un dramaturgo disidente, condenado a trabajar rodando barriles en una fábrica de cerveza) y el tabernero de la fábrica alumbra las abismales diferencias entre el mundo del proletariado y el mundo del intelectual, aún cuando estos se encuentre, provisoriamente, alojados en ese universo. En la obra, que comienza con el tabernero consolando al intelectual caído en desgracia (“no se ponga triste” le repite una y otra vez, mientras le insiste en que vacíe los vasos de cerveza que él mismo le va llenando) se genera un momento de enojo en el que el tabernero le recuerda al hombre de teatro las diferencias entre uno y otro: “Tú un día volverás con tus actrices y te la darás de haber rodado barriles –serás un héroe- ¿y yo, a dónde puedo ir yo? ¿Quién se fijará en mí? ¿Quién apreciará mis acciones? ¿Qué he sacado yo? ¿Qué me espera a mí?”(3)
El tabernero ha sido generoso con Vanek (Vanek le agradece una y otra vez en la obra), le ha dado trabajo y le ofrece ayuda para mejorar su posición consiguiéndole trabajo en el almacén de la fábrica, pero para ello necesita que el dramaturgo le haga un favor, que escriba para él informes sobre sí mismo que él pueda entregar ante la demanda de la policía secreta. Informes que lo hagan quedar bien a él, sin que por eso inculpen al acusado de delito alguno. El intercambio parece justo, pero sin embargo resulta imposible: los principios de Vanek no lo permiten.
Principios versus realidad cotidiana es una de las formulas con las que Havel resume la abismal distancia entre el mundo real y la ilusión lírica de los intelectuales. El tabernero, al final de la obra, perdona a Vanek, y le sigue rogando que invite a la fábrica a esa tan famosa actriz que es amiga suya, permitiéndole habitar, aunque sea por una noche, ese mundo de estrellas al que el intelectual, no por trabajar de obrero, ha dejado de permanecer.
A mediados de los ´70 y luego de años de disidencia, en 1979 Havel fue condenado a prisión, en donde cumplió una condena efectiva de cuatro años y medio. En la década del ´80 la producción de Havel giró hacia los ensayos y a su activismo político con el que fue ganando protagonismo hasta convertirse en el primer presidente de Checoslovaquia post comunismo y, luego, en el primer presidente de la República Checa en 1993.
Sin duda no puede afirmarse de Havel que no haya sido profeta en su tierra. Ha sido, durante años, la contracara de Kundera, cumpliendo con aquello que tanto se le ha reprochado al hijo rebelde: Nunca abandonó su país, jamás claudicó en su lucha, tampoco traicionó el idioma.
Ambos personajes, de hecho, habían mantenido más de una polémica, desde los años previos a las reformas de la Primavera del ´68, que supieron prolongarse durante décadas. Sin embargo, luego de que Havel se imponga en las primeras elecciones presidenciales de 1990, Kundera escribió al respecto de su viejo adversario:
Siempre le he tenido una especie de alergia al comentario que se atribuye (creo que incorrectamente) a Goethe: ´La vida debe parecerse a una obra de arte´. Sin embargo, en estos días tan importantes para mi vieja patria, me enteré con enorme regocijo de que Vaclav Havel es el nuevo presidente de Checoslovaquia. Mientras pienso en él me digo que sí existen casos (muy raros) en donde comparar la vida a una obra de arte está justificado. (…)
La vida entera de Havel está estructurada en torno a un tema central; todo está prefijado, no tiene ningún desvío (a Havel nunca le afectaron las ilusiones líricas del comunismo, y de este modo, nunca tuvo la necesidad de deshacerse de ellas, como lo han tenido que hacer muchos).
Aunque a Havel se le conoce en el mundo principal (y justamente) como el fundador de la Carta 77, como un disidente que ha pasado años en la cárcel y como el mayor representante de la moral de su país, en el fondo siempre será un dramaturgo, un poeta del teatro. Ignorar esto es no comprenderle.(4)
Notas:
(1) Ripellino, Angelo Maria (1973): Praga magica. Torino. Ed. Einaudi.
(2) Lustig, Arnost: Una oración por Katerina Horovitzová. Madrid. Ed. Impedimenta.
(3) Havel, Vaclav (1997): Audiencia, en Largo desolato y otras obras. Barcelona. Ed. Galaxia Gutemberg.
(4) Kundera, Milan: “Una vida como una obra de arte”, en Havel, Vaclav (1990): Memorandum y El error. Madrid. Publicaciones de la Asociación de Directores de Escena.
Bibliografía checa referida:
Capek, Karel (1989): Apócrifos. Madrid. Valdemar Ediciones.
------------------- (1990): El caso Makropolus. Buenos Aires. Fos-Epsilon Editora.
------------------- (1996): La guerra de las salamandras. Madrid. Ediciones Hiperión.
------------------- (2003): R.U.R, en R.U.R./La fábrica de absoluto. Barcelona. Ediciones Minotauro.
Hasek, Jaroslav (2013): Las aventuras del buen soldado Svejk. Barcelona. Ed. Galaxia Gutemberg.
Havel, Vaclav (1997): La fiesta en el jardín, en Largo desolato y otras obras. Barcelona. Ed. Galaxia Gutemberg.
Hrabal, Bohumil (1997): Trenes rigurosamente vigilados. Barcelona. Ediciones Península.
------------------- (2004): Yo que he servido al rey de Inglaterra. Barcelona. Ediciones destino.
Lustig, Arnost (1990): Sueños impúdicos. Barcelona. Seix Barral.
Skvorecky, Josef (1988): El saxofón viejo. Madrid. Alianza Editorial.