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R.U.R. en Buenos Aires (Una vez más)



R.U.R., la obra de Karel Capek, escrita a principios de Siglo XX, en la que se denunciaba el peligro del hombre masa (ese individuo imposibilitado de pensar por sí mismo, condenado a repetir los panfletos de turno, y a recurrir a la violencia, de ser necesario, para que sus dogmas se vieran cumplidos), el trabajo esclavo, la subordinación del hombre a la maquina omnipresente (con una perdida cada vez mayor del trabajo manual, del trabajo humano, ese que tanto dignifica) es vuelta a poner en escena casi 100 años después, a principios del siglo XXI, en Buenos Aires. Y esa nueva puesta en escena tiene sentido.


Pues la obra no pierde vigor.


Ubicada en una fábrica de robots, situada en una remota isla perdida; la geografía universal de la pieza (la imprecisa isla, posible en cualquier parte del mundo, la fábrica omnipresente de cualquier estado moderno) funciona como metáfora de la universalidad de la obra.

La puesta en escena y dirección de Diego Cosin subraya el costado cómico de la obra y ambienta la acción en los años 30, pero ni la comicidad ni la ambientación debieran confundirnos.


Detrás de las mascaras y la anécdota perdura el drama del hombre moderno.

Asediado, si no tanto ya por el totalitarismo político, por el del consumo (¿qué es hoy el poder político en comparación al económico -nuevo mandamás del orden mundial?) en esas decenas de instrucciones diarias que recibimos a través de un bombardeo omnipresente de publicidad que nos asedia y nos instiga a comprar esto o aquello desde nuestras revistas, autopistas, ciudades, televisores, espectáculos…

Preso de una tiranía tecnológica, que nos subyuga. Dependientes de ella. Desesperados por no permitir que la conexión se detenga, pendientes de cargar esto y aquello, obligados a revisar, recibir, contestar, publicar, compartir, en una secuencia que no deja de invitarnos a dudar acerca de quién sirve a quién, y cuál de los dos se ha vuelto más prescindible.



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