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Sueños impúdicos

Hace algunos años (allá por el 2010, si mal no recuerdo) Arnot Lustig (1926-2011) estuvo de visita en Buenos Aires participando de un encuentro -una serie de conferencias y otras actividades- organizado conjuntamente por el (hoy extinto) Centro Checo de Buenos Aires y la Fundación Jorge Luis Borges, entre otros. En la conferencia que tuvo a su cargo habló de la experiencia del nazismo, los campos de concentración, el exilio, y lo que significaba hacer literatura con una carga semejante. Fue en esa conferencia, que luego de los aplausos me acerqué con mi maltrecho ejemplar de Sueños impúdicos y le solicité (traductor mediante) que, amablemente, me lo firmara. Mi torpeza para el aprendizaje de idiomas impidió que cruzáramos demasiadas palabras, pero bastó su sorpresa infantil y radiante alegría al observar (quizás después de muchísimo tiempo, tal vez por primera vez) un título suyo en español -el único en la sala- para guardar de él un hermoso recuerdo, impregnado de una vitalidad desbordante que de ninguna manera insinuaba su delicado estado de salud.


Lustig había nacido en Praga y en 1942 fue transportado al campo de concentración de Theresienstadt, de donde sería trasladado al horror de Auschwitz y posteriormente a Buchenwald, último campo de concentración en el que estuvo gracias al descarrilamiento del tren que lo conducía a un nuevo campo, que le permitió la huida.

En 1945 regresó a Praga y participó del levantamiento contra los nazis. En 1968 protestó contra la invasión soviética y, como tantos otros intelectuales checos, se vio forzado a abandonar el país, residiendo primero en Isarel, un tiempo en Yugoslavia, y finalmente en Estados Unidos, donde permanecería enseñando cine y literatura hasta 1989, fecha de la caída del muro, cuando comenzara a dividir su tiempo entre Washington y Praga hasta 2003, año de su retiro de la American University de Washington y de su definitivo y permanente regreso a la ciudad que lo había visto nacer.

Además de su producción literaria, escribió guiones de cine, trabajó como redactor y periodista. Sueños impúdicos (Seix Barral, Barcelona, 1990, traducida del inglés) Ojos verdes (Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2006) y Una oración por Kateřina Horovitzová (Impedimenta, Madrid, 2012) son hasta ahora sus únicos libros traducidos al español.


Sueños impúdicos reúne tres relatos distintos enlazados por el espacio que ocupan (la ciudad de Praga), el tiempo en que transcurren (los últimos días de la guerra, en 1945), la omnisciente soledad (presente en cada personaje, pero también en la ciudad que los hospeda), y la presencia del invasor alemán, en una exploración que, lejos de juzgar cabalmente, expone los vínculos, relaciones, temores y anhelos, tanto de ocupados como de ocupantes.

El primer relato, “Día triste”, es un relato de culpa, soledad y muerte.

En él una prostituta alemana (Ingi Lenge) recibe y aloja a un oficial nazi que busca refugiarse de las revanchistas manos checas, quienes, apoyadas en las fuerzas aliadas, recuperan tramo a tramo la ciudad.

El temor del joven oficial por ser descubierto y atrapado se aloja en el polo opuesto de la indiferencia que su anfitriona, marcada por el desprestigio y la soledad, ostenta. Y mientras en él ella no vea más que la llegada de quien de improvisto pueda darle refugio y consuelo; para áquel ella no representará más que la posibilidad de una huida que le permita escapar de una ciudad que lo tuvo como amo y que ahora lo acorrala.

Así, cada personaje, representa para el otro, cada uno a su manera, la última puerta de escape ante una realidad que los condena.


“Día triste” irá recorriendo, alternativamente, los planes y pensamiento de Ingi Lenge y del joven oficial, en esos escasos días que convivan, encerrados en el apartamento de la mujer (el único lugar todavía seguro para un alemán en Praga). Subrayando los encuentros y desencuentros que entre ambos se produzcan y que nunca llegarán a acortar una distancia irreparable.


Quizás la clave del relato sea no solo la oprimente soledad que ambienta la narración, sino, sobre todo, la forma en la que son presentados sus protagonistas: Dos figuras aisladas, luchando por su destino, víctimas de una realidad que los acorrala (y casi nunca victimarios: no recae desde la narración prácticamente juicio moral sobre ellos, no hay marcas de sus culpas o sus crímenes, no hay condena -salvo en el final y nada se explica de esa condena) a enfrentarse a fuerzas superiores sin otras armas que su mera humanidad. En el encierro que une a ambos personajes sobrevolará una y otra vez el asedio que les toca soportar a cada uno: A él, los estrépitos de los tiros triunfantes de la metralletas checas; a ella, el fantasma de la vieja judía, antigua y legítima propietaria del apartamento que le ha sido concedido, insistente en el recuerdo del momento en que la viera abandonar la propiedad arrastrando los pies, con el cuerpo encorvado, victima de la tuberculosis tanto como de la atrocidad del nazismo.

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